lunes, 7 de abril de 2014

            75 AÑOS DE LA MUERTE DE ANTONIO MACHADO

           “EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA, BUENO”

     El pasado 22 de febrero se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio Machado, un poeta al que deberíamos volver más a menudo para entender la realidad a la luz de sus versos, para mirar dentro de nosotros e incluso para replantearnos nuestra visión de la vida y del mundo, tal vez demasiado mediatizada por el aburguesamiento brutal que nos corroe y que nos hace ser cada vez más conformistas y estúpidos, instalados en la comodidad de pensar que nada podemos hacer para cambiar nada porque las cosas no tienen más remedio que ser como son.

      “Palabra esencial en el tiempo”. Así definía Machado la poesía: la esencia de las cosas en el eje del fluir temporal. Por ello su poesía ha influido de forma tan notable en los poetas del siglo XX, y por ello continúa viva, porque hay en ella poca anécdota y mucho de lo esencial humano, aquello en lo que todos coincidimos: el amor, la preocupación por el paso del tiempo (el tema quizá que vertebra su obra), la muerte, Dios... Y para indagar en los misterios de la existencia, utiliza muchas veces un lenguaje simbólico, figurado, muy rico desde el punto de vista connotativo, pues el lenguaje corriente no es suficiente para expresar esa “honda palpitación del espíritu” que para Machado es el elemento poético: “lo que pone el alma , si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo”.

      Dos son las obras fundamentales (que no las únicas) de Antonio Machado: Soledades galerías, otros poemas (1907), y Campos de Castilla (1912), ambas reeditadas y ampliadas en años sucesivos. La primera es una obra simbolista en la que encontramos símbolos como la tarde, el sueño, el agua, el camino, las galerías..., que conforman el particular universo machadiano y que seguirán apareciendo a lo largo de su obra. Este primer libro está marcado por el subjetivismo y el intimismo, teniendo como temas fundamentales el amor (un amor más deseado que vivido), el tiempo, el sueño (vida interior: recuerdos, pensamientos...) y la muerte.

      Campos de Castilla es un libro mucho más heterogéneo, en temas y en formas métricas. En él volvemos a encontrar la influencia del simbolismo. Pero aparece un tema nuevo, que da título a la obra: el tema del paisaje castellano, especialmente el paisaje de Soria, que dejó honda huella en su espíritu. Ese paisaje será visto como símbolo del pasado histórico de Castilla -de España-, pero también el poeta se identificará íntimamente con él, en poemas emocionados y conmovedores (“¡Conmigo vais, mi corazón os lleva!”, canta a los álamos de la ribera del Duero). Relacionado con el tema del paisaje castellano está el tema de España, tan característico de su generación. Machado rechaza la España del momento (“la España de charanga y pandereta / cerrado y sacristía”, sorprendentemente tan parecida a la de hoy) y manifiesta su fe en una España nueva. Por otra parte, encontramos la serie de Proverbios y cantares, poemas muy breves, generalmente de tema filosófico, en los que utiliza la métrica de la poesía popular. A partir de la edición de 1917, aparecerán poemas a la esposa muerta (la joven Leonor murió en 1912) y poemas sobre el paisaje andaluz, escritos ya desde Baeza.

      “En el buen sentido de la palabra, bueno”, así se definió el poeta en su conocidísimo (aunque quizá no para las últimas generaciones) “Retrato”, el poema que abre Campos de Castilla. Y este es un aspecto que me gustaría destacar de Antonio Machado, su compromiso ético y social, su altura humana, su integridad y dignidad por encima de todo. Una muestra de ese compromiso fue su participación en las Misiones Pedagógicas, proyecto cultural que durante la Segunda República pretendió difundir la cultura en un país con un 44% de analfabetos. Sí, la cultura, concebida no como un lujo para las élites, sino como un bien universal necesario para todos. Así, las Misiones repartieron por los pueblos pequeñas bibliotecas, organizaron proyecciones de películas, representaciones teatrales, conciertos, conferencias y charlas sobre temas profesionales, sanitarios o de educación cívica, todo con el objetivo de elevar el nivel cultural de la población, especialmente en las zonas rurales. Y ahí, en ese proyecto encomiable, estuvo Antonio Machado, junto con más de quinientos voluntarios, llevando un poco de luz a cerca de siete mil pueblos y aldeas.

      “Se hace camino al andar”, dijo Machado en uno de sus Proverbios y cantares. Sí, no hay camino previamente trazado; somos lo que vamos haciendo de nosotros, no nos sirven los caminos que otros hayan transitado, que no son más que “estelas en la mar”. Cada uno debe buscar su propio camino, y eso es duro, y difícil, porque supone una responsabilidad, la de elegir cada día cómo y quiénes queremos ser. Él lo tuvo muy claro: se mantuvo siempre fiel a sí mismo, a sus ideales, y eso en un tiempo en el que lo que estaba en juego era la vida.

      Fue muy triste la muerte de Machado. En noviembre de 1936 fue evacuado de Madrid, junto con otros intelectuales. Llegó primero a Valencia y, en abril de 1938, a Barcelona. El poeta iba con su madre, muy anciana, su hermano José y la familia de este. En enero de 1939 tuvieron que pasar la frontera, junto con miles de españoles. El tramo final, unos quinientos metros, hubieron de hacerlo a pie, bajo la lluvia invernal. Machado perdió la maleta en la que transportaba sus escasas pertenencias y sus últimos escritos. El escritor Corpus Barga llevó en brazos a la madre del poeta, que trastornada por su mucha edad y las circunstancias tan penosas del éxodo creía que estaban llegando a Sevilla. La primera noche en Francia la pasaron en un vagón de ferrocarril. Tras algunas gestiones, fueron alojados en un pequeño hotel de la población costera de Collioure. Machado, viejo, enfermo y agotado por el viaje, solo salió dos veces a ver el mar, acompañado de su hermano. Su estado empeoró y tuvo que guardar cama. Murió el 22 de febrero, tres días antes que su madre, con la que compartía habitación. Su hermano José encontró en un bolsillo de su gabán su último verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Parece que los últimos recuerdos del poeta fueron para la Sevilla luminosa de su niñez, la que evoca también en los primeros versos de su “Retrato” : “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero”. Lástima que Sevilla lo tenga hoy tan olvidado.

     Precisamente los últimos versos de ese poema, “Retrato”, resultaron ser una funesta profecía que se cumpliría casi treinta años después, en el pueblecito francés que alberga su tumba, en la que dicen que nunca faltan flores:


                                         Y cuando llegue el día del último viaje
                                          y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
                                         me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
                                         casi desnudo, como los hijos de la mar.

M.D.F.