75
AÑOS DE LA MUERTE DE ANTONIO MACHADO
“EN
EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA, BUENO”
El
pasado 22 de febrero se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio
Machado, un poeta al que deberíamos volver más a menudo para
entender la realidad a la luz de sus versos, para mirar dentro de
nosotros e incluso para replantearnos nuestra visión de la vida y
del mundo, tal vez demasiado mediatizada por el aburguesamiento
brutal que nos corroe y que nos hace ser cada vez más conformistas y
estúpidos, instalados en la comodidad de pensar que nada podemos
hacer para cambiar nada porque las cosas no tienen más remedio que
ser como son.
“Palabra
esencial en el tiempo”.
Así definía Machado la poesía: la esencia de las cosas en el eje
del fluir temporal. Por ello su poesía ha influido de forma tan
notable en los poetas del siglo XX, y por ello continúa viva, porque
hay en ella poca anécdota y mucho de lo esencial humano, aquello en
lo que todos coincidimos: el amor, la preocupación por el paso del
tiempo (el tema quizá que vertebra su obra), la muerte, Dios... Y
para indagar en los misterios de la existencia, utiliza muchas veces
un lenguaje simbólico, figurado, muy rico desde el punto de vista
connotativo, pues el lenguaje corriente no es suficiente para
expresar esa “honda
palpitación del espíritu”
que para Machado es el elemento poético: “lo
que pone el alma , si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo
dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del
mundo”.
Dos
son las obras fundamentales (que no las únicas) de Antonio Machado:
Soledades galerías, otros poemas (1907), y Campos de
Castilla (1912), ambas reeditadas y ampliadas en años sucesivos.
La primera es una obra simbolista en la que encontramos símbolos
como la tarde, el sueño, el agua, el camino, las galerías..., que
conforman el particular universo machadiano y que seguirán
apareciendo a lo largo de su obra. Este primer libro está marcado
por el subjetivismo y el intimismo, teniendo como temas fundamentales
el amor (un amor más deseado que vivido), el tiempo, el sueño (vida
interior: recuerdos, pensamientos...) y la muerte.
Campos
de Castilla es un libro mucho más heterogéneo, en temas y en
formas métricas. En él volvemos a encontrar la influencia del
simbolismo. Pero aparece un tema nuevo, que da título a la obra: el
tema del paisaje castellano, especialmente el paisaje de Soria, que
dejó honda huella en su espíritu. Ese paisaje será visto como
símbolo del pasado histórico de Castilla -de España-, pero también
el poeta se identificará íntimamente con él, en poemas emocionados
y conmovedores (“¡Conmigo vais, mi corazón os lleva!”,
canta a los álamos de la ribera del Duero). Relacionado con el tema
del paisaje castellano está el tema de España, tan característico
de su generación. Machado rechaza la España del momento (“la
España de charanga y
pandereta / cerrado y sacristía”, sorprendentemente tan
parecida a la de hoy) y manifiesta su fe en una España nueva. Por
otra parte, encontramos la serie de Proverbios y cantares,
poemas muy breves, generalmente de tema filosófico, en los que
utiliza la métrica de la poesía popular. A partir de la edición de
1917, aparecerán poemas a la esposa muerta (la joven Leonor murió
en 1912) y poemas sobre el paisaje andaluz, escritos ya desde Baeza.
“En
el buen sentido de la palabra, bueno”, así se definió el
poeta en su conocidísimo (aunque quizá no para las últimas
generaciones) “Retrato”, el poema que abre Campos de
Castilla. Y este es un aspecto que me gustaría destacar de
Antonio Machado, su compromiso ético y social, su altura humana, su
integridad y dignidad por encima de todo. Una muestra de ese
compromiso fue su participación en las Misiones Pedagógicas,
proyecto cultural que durante la Segunda República pretendió
difundir la cultura en un país con un 44% de analfabetos. Sí, la
cultura, concebida no como un lujo para las élites, sino como un
bien universal necesario para todos. Así, las Misiones repartieron
por los pueblos pequeñas bibliotecas, organizaron proyecciones de
películas, representaciones teatrales, conciertos, conferencias y
charlas sobre temas profesionales, sanitarios o de educación cívica,
todo con el objetivo de elevar el nivel cultural de la población,
especialmente en las zonas rurales. Y ahí, en ese proyecto
encomiable, estuvo Antonio Machado, junto con más de quinientos
voluntarios, llevando un poco de luz a cerca de siete mil pueblos y
aldeas.
“Se
hace camino al andar”, dijo Machado en uno de sus Proverbios
y cantares. Sí, no hay camino
previamente trazado; somos lo que vamos haciendo de nosotros, no nos
sirven los caminos que otros hayan transitado, que no son más que
“estelas en la mar”.
Cada uno debe buscar su propio camino, y eso es duro, y difícil,
porque supone una responsabilidad, la de elegir cada día cómo y
quiénes queremos ser. Él lo tuvo muy claro: se mantuvo siempre fiel
a sí mismo, a sus ideales, y eso en un tiempo en el que lo que
estaba en juego era la vida.
Fue
muy triste la muerte de Machado. En noviembre de 1936 fue evacuado de
Madrid, junto con otros intelectuales. Llegó primero a Valencia y,
en abril de 1938, a Barcelona. El poeta iba con su madre, muy
anciana, su hermano José y la familia de este. En enero de 1939
tuvieron que pasar la frontera, junto con miles de españoles. El
tramo final, unos quinientos metros, hubieron de hacerlo a pie, bajo
la lluvia invernal. Machado perdió la maleta en la que transportaba
sus escasas pertenencias y sus últimos escritos. El escritor Corpus
Barga llevó en brazos a la madre del poeta, que trastornada por su
mucha edad y las circunstancias tan penosas del éxodo creía que
estaban llegando a Sevilla. La primera noche en Francia la pasaron en
un vagón de ferrocarril. Tras algunas gestiones, fueron alojados en
un pequeño hotel de la población costera de Collioure. Machado,
viejo, enfermo y agotado por el viaje, solo salió dos veces a ver el
mar, acompañado de su hermano. Su estado empeoró y tuvo que guardar
cama. Murió el 22 de febrero, tres días antes que su madre, con la
que compartía habitación. Su hermano José encontró en un bolsillo
de su gabán su último verso: “Estos días azules y este sol de
la infancia”. Parece que los
últimos recuerdos del poeta fueron para la Sevilla luminosa de su
niñez, la que evoca también en los primeros versos de su “Retrato”
: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y
un huerto claro donde madura el limonero”.
Lástima que Sevilla lo tenga hoy tan olvidado.
Precisamente
los últimos versos de ese poema, “Retrato”, resultaron
ser una funesta profecía que se cumpliría casi treinta años
después, en el pueblecito francés que alberga su tumba, en la que
dicen que nunca faltan flores:
Y
cuando llegue el día del último viaje
y
esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
M.D.F.