“Nada tan divertido como la
desgracia ajena”… esta frase de Beckett podría aglutinar perfectamente
la leyenda del texto dramático del autor irlandés donde la desesperanza que
conlleva vivir en un mundo incomprendido e incomprensible nos acerca a la
realidad de la risa que producen las desgracias de los demás y el sufrimiento
ajeno. En el mundo actual próximo a la destrucción o regeneración de una forma
de vida – el capitalismo puro y duro- no nos sorprende ya que la corrupción, la
deshonestidad y el pesimismo se hayan apoderado de una sociedad rica en miseria
moral, intelectual, económica y social, incluso entre los propios apartados
o excluidos del Sistema que se debaten entre la liberación o el
continuismo y que tienen la indefinición como lema vital.
En la complejidad de la obra de Samuel Beckett se dan la
mano desde la corriente filosófica marxista, nihilista, presocrática y de
Hobbes hasta referencias bíblicas como el sacrificio de Abraham, Noé, Moisés y
el misterio de la Santísima Trinidad. Todo ello escrito en un momento de crisis
de puesta en duda de sistemas y de valores que dotan de unidad a este mundo.
Parafraseando al propio Beckett:…” Fin de partida es mero
juego; nada más y nada menos. De enigmas y soluciones, ni una palabra. Para
cosas tan serias están las universidades, las iglesias y los cafés”.
Fin de partida es la segunda obra teatral publicada por Samuel
Beckett después de Esperando a Godot. La
escribió en francés entre 1954 y 1956 y
estrenada ese mismo año en el Studio des Champs- Elysées en París. Es una
metáfora existencial, fúnebre, donde toda la existencia se reduce a un vacío
sin sentido, estamos condenados de por vida a una soledad absoluta. Beckett nos
presenta a cuatro personajes desvalidos, encerrados en un estercolero, un
espacio sucio y gris. Martillo, ciego y paralítico, se está muriendo en un
mundo que parece estar llegando a su final, aunque parece sentir una cínica
satisfacción ante el designio de la extinción general de la vida y de la
Humanidad. Su sirviente Clavo y sus padres Puntilla y Cáncamo son personajes
dominados , alienados y animalizados que
se preparan para el abandono o para la supervivencia, de ahí que los personajes
estén despojados de todo lo accesorio donde el empobrecimiento, la desnudez, la
minusvalía son sus rasgos más relevantes y que la obra esté impregnada de un
humor tierno y rancio, humano y esperpéntico a la vez.
Manuel Ortiz